ASPECTOS PSICOLÓGICOS EN RELACIÓN A LA COVID-19
A lo largo de la de las diferentes
fases y etapas que hemos recorrido durante la evolución de la pandemia
(desescalada, nueva realidad, niveles de alerta, cierres perimetrales, etc),
todos los ciudadanos hemos vuelto a tener unos hábitos parecidos a lo que
teníamos antes del confinamiento: estar con los nuestros, salir a hacer
deporte, ir al trabajo, retomar proyectos o actividades pendientes, viajar en
la medida de lo posible… Todo aquello que echábamos de menos durante las
semanas que duró el estado de alarma y que tanto nos animó al retomar de nuevo.
A nivel individual, como parte
activa de la superación del problema, hemos realizado un arduo esfuerzo por
aceptar la realidad post-confinamiento, en espera de la ansiada “normalización”
de nuestras vidas. Así, hemos retomado la rutina durante estos meses
tomando muchas precauciones, dada la responsabilidad que la situación nos exige
a todos. Poco a poco nos hemos ido adaptando a una nueva realidad, realizando
muchos sacrificios como, por ejemplo, dejar de salir con amigos o restringir las
visitas a familiares durante las
navidades. Hemos sido conscientes, a marchas forzadas, de las medidas
preventivas que debíamos adoptar para evitar el agravamiento de la pandemia.
Es positivo y sano afrontar la nueva
situación que se nos plantea, continuar con nuestras actividades en la medida
de lo posible, seguir con la vida... Pero no debemos aceptar sin más el
peligro, ni asumir el riesgo de contagio como algo ajeno a nosotros ante lo que
nada podemos hacer. La realidad nos exige adaptarnos a la situación, tener
presente qué podemos hacer para alcanzar una actitud lo más adaptativa posible,
para lograr comportamientos que nos eviten problemas en el futuro inmediato, a
medio y largo plazo.
Nos hubiese gustado no retroceder en cuanto a la estadística de la enfermedad… Pero, como todos conocemos, en las últimas semanas se ha hablado de de tercera ola, de un repunte importante en el número de casos, y se nos ha informado, lamentablemente, de datos que hubiésemos preferido no volver a repetir.
Es posible que, en el escenario actual, tengamos
reacciones como preocupación sobre posibles peligros, problemas de
concentración, irritabilidad, hostilidad, mal humor, angustia, tensión
muscular, alteración del sueño, fatiga, comportamientos cautelosos o
evitativos, etcétera.
Utilice las estrategias que le
funcionaron durante el confinamiento para infundirle tranquilidad y calma.
Facilite igualmente el equilibrio emocional de las personas con las que
mantiene contacto personal o laboral, ya
que esto beneficiará tanto a los otros como a usted mismo.
Debemos asumir que la vida es
constante cambio, que en muchas ocasiones la realidad no es como nos gustaría
que fuese... Pero, más allá de que el momento presente no sea la situación
ideal en la que nos gustaría estar, es interesante y adaptativo plantearnos qué
podemos hacer a nivel individual y colectivo para mejorar la situación en la
que estamos inmersos. Valoremos cuáles son las medidas oportunas para minimizar
riesgos o prevenir impactos en nuestra salud y la de los demás. Observemos,
dentro de nuestras posibilidades, lo que podemos aportar a nuestro entorno, así
como a nuestra salud y estabilidad emocional. Hagamos caso de las medidas
recomendadas por las autoridades sanitarias para prevenir la expansión del
virus y pongamos en práctica aquellas medidas que nos infundan calma y
serenidad.
Pida ayuda o asesoramiento si cree
que podría beneficiarle o si tiene dificultades para afrontar la realidad que
nos está tocando vivir. Pedir ayuda en ningún caso es sinónimo de debilidad,
sino de ser conscientes de que queremos manejar una situación determinada con
los mejores recursos disponibles a nuestro alcance.
No podemos exigir una realidad
diferente, pero sí aportar todo lo que esté en nuestra mano para construir una
realidad mejor para todos.
Juan Francisco López Cambero
7 de febrero de 2021
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